El pensamiento de Friedrich Nietzsche se encuentra atravesado, a lo largo de toda su obra, por una necesidad de volver a posicionar en el hombre aquello que durante gran parte de la historia de la filosofía se intentó desterrar de él, y por ende, del pensamiento. Aquello que al hombre le es más propio y esencial, sus instintos naturales, sus pasiones, sus afectos, su sentir, sus sentimientos. La filosofía de Nietzsche ve, desde un comienzo, la importancia que hay detrás de aquello que se ha abandonado una vez que el racionalismo ha terminado por imponerse sobre la filosofía primera. La filosofía de su tiempo, denuncia Nietzsche, ha luchado por llegar a ser un sinónimo de sobriedad y objetividad. El mundo debe ser comprendido en su realidad y, por ende, de una manera objetiva; ante esto, los estados sentimentales del hombre, entendiendo a éstos en su inseparable unión psico-fisiológica, pasan a ser un estorbo e, incluso, un problema. Pero, al hombre esto no le es natural, ya que a la esencia de éste le pertenecen los sentimientos o estados afectivos, los cuales juegan un papel esencial en su manera de comprender el mundo.

Para la filosofía de Nietzsche, el mundo es y debe ser comprendido o, mejor dicho, vivido a partir de determinados estados afectivos, o sentimientos. Uno de aquellos estados afectivos es el estado de embriaguez que experimenta el hombre. Para Nietzsche, éste es el estado afectivo principal, en tanto exalta la mejores condiciones de cada hombre, en tanto exalta la vida. De modo que la embriaguez no es uno más de los tantos estados afectivos del hombre, como podría haberse dado a entender antes, sino que ocupa un sitial especial. Es, la embriaguez, el estado creador por excelencia. Por ende, el estado afectivo principal de los artistas. Pero al hablar de embriaguez, debemos tener el mismo cuidado que es necesario para leer a Nietzsche.

Las palabras de este filósofo no deben ser tomadas a la ligera, se deben saber escuchar. Con él se corre un gran peligro, ya que detrás de la aparente cercanía que nos presenta su lenguaje, detrás de aquel poético estilo, hay un pensamiento profundo y decisivo. Sus palabras y frases están cargadas de material que exige reflexión. Expresiones como “¡Dios ha muerto!”, “el desierto crece”, “yo os enseño el superhombre”, etc…, deben ser debidamente reflexionadas para que, recién entonces, nos hablen. Por lo tanto, si Nietzsche nos habla de un estado afectivo, que es esencial en el hombre, que juega un papel principal en el plano estético, y al cual él designa con el nombre de embriaguez (Rausch), éste debe ser puesto a disposición de la reflexión con el fin de lograr comprender qué es realmente lo que él nos quiere decir cuando nos habla de embriaguez. Así, pues, la pregunta que guiará nuestra.

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